Pensamientos, reflexiones y conceptos psicoanalíticos bajo una perspectiva basada en las teorías de Sigmund Freud y Jacques Lacan. Por Silvia Kanievsky.
El deseo [silencioso] del analista.
El Lugar del Enigma y la Transferencia en el Psicoanálisis:
El lugar del enigma, la pregunta sobre el deseo del Otro, abre un camino fundamental en el psicoanálisis. Este enigma es el que un sujeto (su portador) lleva consigo, buscando que alguien, en algún momento, le dé una respuesta. A menudo, el lugar donde este enigma se despliega es el consultorio del analista. El sujeto, marcado por su propia falta de comprensión sobre su deseo, acude a la figura del analista, esperando que éste le revele la verdad de su malestar. Este proceso de esperar una respuesta, de otorgarle al analista un saber sobre su propio deseo y las causas de su sufrimiento, es lo que Jacques Lacan llama el amor en la transferencia.
En la transferencia, el sujeto deposita en el analista una suposición de saber; lo coloca en el lugar del Otro que, hipotéticamente, conoce lo que él mismo ignora. Sin embargo, a esa espera no siempre se responde de la manera esperada. En el mejor de los casos, el analista ofrece una respuesta frustrante. ¿Por qué frustrante? Porque la respuesta suele ser el silencio, la nada, o más bien, la falta-en-ser. Es un vacío que no viene a llenar al sujeto, sino a confrontarlo con su propio deseo, invitándolo a hablar, a elaborar su verdad.
El analista, en este sentido, ocupa el lugar del objeto. Des-subjetivado, deja su propio deseo en suspenso, permitiendo que el espacio del análisis sea ocupado por el discurso del sujeto. El silencio del analista no es simple pasividad; es una posición activa que busca abrir el campo para que sea el sujeto quien hable, quien se confronte con la falta que estructura su deseo.
El Deseo del Analista:
El deseo del analista no es un deseo común; es el deseo de ser incógnita. Lacan lo formula de esta manera para señalar que el analista no busca colmar el deseo del sujeto, ni responder a sus demandas, sino más bien sostener la enigmática pregunta sobre el deseo del Otro. Al mantenerse en ese lugar de incógnita, el analista abre un espacio de libertad para el sujeto analizante, quien es el único que realmente puede hablar en su análisis. El analista no responde desde un lugar de saber absoluto, sino que se coloca estratégicamente en la posición de vacío, manteniendo la transferencia abierta a la pregunta fundamental: "¿Qué quiere el Otro de mí?"
Es crucial señalar que esto no significa que el analista permanezca mudo o pasivo durante todo el proceso. Como bien señala Lacan, hay intervención, hay interpretación, pero esta interpretación no viene desde el lugar esperado, desde un supuesto saber total, sino desde la posición del deseo del Otro. Esta interpretación lacaniana está diseñada para desestabilizar la transferencia, para evitar que se perpetúe de manera indefinida, como lo advierte Jacques-Alain Miller en su seminario sobre la Extimidad. La interpretación corta la cadena de significantes que podría llevar al analizante a aferrarse a la idealización del analista o a su saber.
Transferencia y la Frustración del Amor Idealizado:
La transferencia es, en muchos aspectos, una forma de amor. El analizante, en su demanda de saber, deposita en el analista un lugar idealizado, esperando de él respuestas que puedan llenar su falta. Sin embargo, el analista, lejos de satisfacer esta demanda de amor, se abstiene de responder desde ese ideal. No responde desde el lugar del amor que demanda el sujeto, lo que no significa que desatienda esa cuestión. Al contrario, el analista es profundamente consciente de esa demanda, pero su respuesta no es la que el sujeto espera.
Es precisamente esta negativa a colmar el ideal del amor lo que posibilita que el análisis avance. Al no responder desde un lugar de saber, al no proporcionar la satisfacción que el analizante demanda, el analista permite que el sujeto enfrente su propia falta y pueda comenzar a cuestionarse sus propios deseos.
Conclusión:
El psicoanálisis lacaniano pone en el centro de su práctica el enigma del deseo y la función de la transferencia. El lugar del analista no es el de aquel que sabe o responde, sino el de aquel que sostiene la pregunta, abriendo un espacio para que el analizante pueda hablar y descubrir su verdad. Es en este vacío, en esta falta de respuesta definitiva, donde el sujeto encuentra la posibilidad de confrontarse consigo mismo, y es precisamente en esa confrontación donde reside el poder transformador del análisis.
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